El pecar es el manchar.
Pecados o manchados,
tarde o temprano,
necesitamos un lavado.
Es como el bebé aprendiendo a comer:
Cuando sus manos llenas de puré las ve...,
corre con ellas a limpiarse en el jersey.
¡Qué gusto de manos!, ¡qué limpitas se ven!
Y el pobre jersey..., manchado se ve.
Y el Amor le dirá : Eso no, bebé,
es el babero el que quiere tu puré.
y el jersey abrigarte y adornarte bien.
Y éste ahora húmedo y manchado se ve...
También podría haber manchado a otro bebé...
Que no estaba para limpiarse en él.
Más bien, para jugar con él.
Y como pobrecillo le hará parecer.
El bebé aún no sabe qué es manchar,
pero siente el frío y la humedad,
y a medida que va cumpliendo edad,
va notando que lo limpio le gusta más.
Luego en adulto se convertirá,
y si madura, servilleta utilizará.
Ella será la encargada sin igual.
La capaz de acoger sus manchas con dignidad.
En la Iglesia pasa igual.
Servilleta sin igual.
Refugiar a los pecadores y limpiar.
Dios, el Amor que le da dignidad.
Hay quien muy alejado se ve ya...
Y aunque quiera, ni la hostia puede tomar.
Pero eso en el fondo le tiene que dar igual.
Si no hay pan, hay comunión espiritual.
Lo importante es estar, convivir, reflexionar.
El mundo con el mundo se debe encontrar.
Lo importante es superar el mal.
Os dejo publicadas las reflexiones que me han ido surgiendo hasta ahora y desde ahora en los años de convivencia con el mundo que me ha tocado vivir, y compartirlas con quien quiera compartirlas. Soy abiertamente católica, y mis reflexiones son el fruto de un ejercicio profundo con base en la espiritualidad, la psicología y la experiencia vital. A ver qué os parece. Un saludo muy atento, y mucho ánimo en vuestro camino. Lucia, 34 años. Marzo 2013. España.
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ResponderEliminarGracias por leerme!
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